Quid
Con rutina manipuló
el despertador para que suene a las nueve. Tuvo cinco sueños.
Charla con amigas y
su primo en un living. Su primo vuelve con una cerveza. El timbre resuena de
manera extraña. Confundida, va y agarra
el picaporte pero no alcanza a abrir, se levanta y se marcha a la universidad.
(Las amigas y su
primo no se conocen; ella y la casa parece que tampoco. Piensa que ese sueño le
ofrece la satisfacción de algunas necesidades: charlar con sus amigas, con su
primo, promover la conquista romántica de alguna. Hay otra necesidad que, por
ser ambigua, se presenta incierta: desconoce la casa, supone que ni siquiera
existe, tal vez la habitó en una vida pasada, o es la casa de sus sueños. Lo
cierto, al menos, es la necesidad de estar justo en esa casa.)
De camino a la parada
de colectivo pasa al lado de un baldío y se angustia tanto y sin razón aparente
que se siente como alguien que se ha perdido.
En el colectivo
recuerda un sueño. Va en bicicleta sobre la Avenida Principal, un perro emerge
entre los autos estacionados para intimidarla, lo esquiva y la rueda se mete en
un bache y cae, Julieta la divisa, llega hasta su asiento y la despierta, el
colectivo va casi repleto. En la clase de Matemática se sumerge en otro sueño.
Sentada al fondo del aula, van entrando sus compañeros. El silencio de la vieja
de geografía entra al último, llega al escritorio, se sienta y desde allá la
mira. Los murmullos y las voces de los chicos pasan a ser alboroto; la
profesora se levanta, viene directo hacia ella, y la mira como si estuviese
indignada,¡Hable!, le dice gritando, enseguida aparece en su cara la planilla
de asistencias. Anota todo bien menos su número de registro.
En el comedor, en la
cola hacia la caja, se vuelve a quedar dormida. Sentada bajo un gran árbol, su
cabeza sobre el hombro de un chico, manos enlazadas, contemplan un atardecer,
"avanzá", dice Julieta.
Salen de la
universidad. El colectivo va sospechosamente despacio, entra en la avenida,
ahora acelera, acelera demasiado, los semáforos y las paradas pasan de largo,
fuera de él todo se torna fugaz. Ella mira sin ver, de manera imposible el
colectivo se detiene sin inercia. Mira por su ventanilla, ahí está de nuevo la
casa del sueño, sí, es la misma, sale un hombre de ahí, y viene hacia ella, se
ha frenado al borde del cordón de la vereda; la mira, le sonríe, balbucea. Ella
se esfuerza por entenderle, no puede, lo ignora. Echa un vistazo a los demás
pasajeros. De reojo ve que la sigue mirando sin dejar de sonreír. Da unos
golpecitos de puño en su ventana y cuando ella lo mira, él señala la casa y le
grita "¡Se te va a enfriar la comida!".
Sale de la universidad. Toma el colectivo. Se
baja. El camino se ha acortado, y su casa ocupa ahora el terreno baldío que la
había angustiado. Atribuye todo a una gran distracción mientras busca las
llaves. Entra.
El
ambiente se deja entrever bajo una luz mortecina. Avanza, siente un déjà vu,
que se prolonga tan indefinido como insoportable, llega al living, más
luminoso, ve los sillones, la mesa ratona, la lámpara de pie, los cuadros
surrealistas, la alfombra con motivos precolombinos, eso y el resto de la sala
están mezclados con eso que siente, que ya no es un déjà vu, porque también hay
fantasmas, están Alejandra, Santiago, Celeste, Fernando, Julieta, su primo,
Guillermo, y ella, un poco más joven, el resto también, y vertiginosamente, una
asfixiante congoja la gobierna, con envases de cerveza en las manos, llenos,
vacíos, recolectados y Guillermo manejando, metiendo con ansiedad los cambios,
ella profieriendo advertencias, la frenada, y el impacto. Se levantó, pasó
junto a un terreno baldío, y se angustió como el que advierte que se ha
perdido.
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